miércoles, 3 de diciembre de 2008

Paranoias Nocturnas

Cierro los ojos, aprieto los puños y grito, grito muy fuerte, tan fuerte que podrían oirme a kilómetros del punto en el que estoy situada.

Una habitación sin gravedad, oscura, fresca, desastrosa y al mismo tiempo acogedora y cálida. Me muevo, parezco una lagartija; respiro profundamente intentado calmarme... pero mi instinto no me deja. Me susurra que vuelva a comportarme como el animal que soy, aquel que ha perdido hace un buen rato la razón.

Aún queriendo, las circunstancias no me lo permiten, no me dejan caer otra vez en la trampa... y yo acelerada me doy media vuelta y hago como si nada hubiese pasado. No tengo prisa por volver a morder la manzana envenenada.

Todo había terminado al fin y al cabo. Sentía un gran sopor, así que me dormí, sin ningún arrepentimiento, sin ningún prejuicio.

Al día siguiente el cansancio me podía...pero sin duda merecía la pena ver su cara, sus párpados cerrados... y esa sonrisa que se le pone cuando descubre que yo le observo. Parece un ángel.
Le beso y le pregunto qué tal ha dormido. Me responde que bien, aunque ha tenido algún que otro mal sueño. Me abraza y me susurra al oído que me quiere. Yo también le quiero.

Le observo y me empiezo a reír recordando todo lo ocurrido anoche. Me mira como avergonzado. Pero le comprendo... y es que ver una película de terror a altas horas de la madrugada, no es moco de pavo; sobre todo si la persona que está a tu lado te asusta más que la propia película.

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