lunes, 17 de noviembre de 2008

Trabajo de clase...

Todo empezó una tarde soleada en Madrid. Bajaba por la Gran Vía hacia Cibeles en busca de una cara conocida, alguien con quien poder hablar. Sentía vértigo, temía no encontrar a aquella persona en esa profundidad absoluta de las calles vacías de Madrid. Seguí caminando por el paseo de Recoletos. La gente me miraba sombría, a nadie le importaba que estuviera sola. Eran miradas frías, incluso agobiantes. Nadie hablaba con nadie y yo, aunque cansada, seguí mi camino en busca de aquella persona. No percibía nada, no podía sentir el calor de la calle y comenzaba a marearme; todo se nublaba ante mis ojos.

De repente, todo cambió por momentos. Me encontraba en un lugar tranquilo, verde, lluvioso, con ese frescor característico que desprende el agua recién caída. Y la ví.

Era ella, corría feliz, sin ninguna preocupación… era como una paradoja. Esa chica, esa personilla que brincaba a lo lejos era yo, mi reflejo, la imagen más natural y salvaje de mí. Desapareció a lo lejos, como caída en el abismo. Fue entonces cuando volví a la realidad, a la ciudad, al llamado estado de bienestar. Todo había sido un sueño, un reflejo de lo que yo había sido entonces.

Ya era tarde y había oscurecido. Decidí proseguir mi camino infinito en busca de mí misma, de aquello que perdí, de lo que un día fui. No sabía si lo conseguiría, pero al menos, por intentarlo que no quedara.

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